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Carmen Luz Bejarano

“Ya es muy tarde para la sonrisa...”1

Marita Troiano

 

“La mayoría de los hombres Kamala,
son como las hojas que caen y revolotean indecisas
en el aire antes de caer al suelo.
Otros son mas bien como los astros,
siguen una ruta fija, ningún viento los alcanza
y llevan en su interior su propia ley y su trayectoria”,
dijo una vez el joven dios Sidharta.
– Herman Hesse –

 

 

Cuanto más conocía a Carmen Luz Bejarano, más la identificaba con esa minoría que se asemeja a los astros. Creadora vigorosa, incondicional con una dilatada filantropía e inalterable con sus nobles ideales jamás subordinados a coordenadas undosas o a piadosos abracadabras, era fácil admirarla y quererla. Y escucharla.

Nunca podré olvidar su voz austera, esclarecida, encandilando auditorios con fulgurantes versos durante recitales para los que vestía de fiesta como una manifestación de grave respeto al leer poesía.

Y nunca olvidaré su extendida generosidad, cuando nos conocimos en el año 1995 y acababa de publicar mi primer libro de poemas. Entonces, palabras cálidas y una franca sonrisa me dieron la bienvenida.

Después, fuimos hilando una colorida amistad que echó raíces entre versos y conversaciones fecundas en las que, puntillosa, yo preguntaba y aprendía, cautivada por su singular capacidad reflexiva, por su preclara inteligencia y por ese ataviado lenguaje del que hacía gala con desahogada sencillez.

Era un bienestar conversar con Carmen Luz. Cualquiera fuera el tema. Curiosas historias de nuestras provincias, anécdotas del mundillo literario de ayer y hoy, sobre la bondad de las aceitunas de Yauca o acerca de la complejidad manifiesta al escribir poesía.

La poesía como una inmensidad que se desbordaba cada tarde y nos remitía a lugares y sentimientos comunes. La poesía que era su predio natural desde hacía cuarenta años. Su territorio innato y agridulce durante ocho lustrosos lustros, a través de los cuales regaló diestras sinfonías entre el uso de la palabra con depurada técnica y una magistral exposición lírica de sus sentimientos.

Lo dicho no significan halagos prisioneros de la emotividad o del afecto. Son conceptos inherentes a la naturaleza personal y creadora de Carmen Luz, pues en verdad, Bejarano significaba una ecuación perfecta entre el brillo intelectual y el don de gentes.

Ella era notorio ejemplo de perseverancia y de respeto a sus más profundas convicciones. Era correspondencia armoniosa entre su obra, su vida familiar y el quehacer profesional que la convocó por treinta años en la Universidad Mayor de San Marcos. Quienes la conocieron bien, podrán dar fe de su tenacidad por alcanzar incorpóreos ideales y del ímpetu que teñía su praxis creadora, la misma que sin desvelo y plena de sacrificios abarcó con igual eficacia la poesía, la novela, el ensayo, la dramaturgia y la creación de canciones compuestas e interpretadas por virtuosos músicos europeos.

Y aunque Carmen Luz vivió su obra casi silenciosamente, ha sabido dejar una rutilante y ejemplar estela en la geografía de nuestra creación literaria. Javier Sologuren lo supo desde sus inicios al publicar en la colección Cuaderno del Hontanar el primer poemario de nuestra poeta titulado Abril y Lejanía.

Era 1961 y Carmen Luz en el patio de letras de la Universidad Mayor de San Marcos de seguro leía en amical secreto sus sentidos versos a Javier Heraud. Sus queridos versos que firmaba con un seudónimo y volaron al viento aquella vez, con auspicios del blancor de una luna donde se enmarañaban ilusiones y recuerdos.

Estos poemas, hechos a golpe de pulmón, anunciaban a una de las más insignes representantes de la poesía de mujeres en el Perú.

 

Soy espejo
donde quedó
tu sombra.
Abril
vibrando
entre
mis manos.

Tarde
que pasas
estremeciendo
las luces
de mi tarde:
vuélveme
diciembre
la mañana.

Devuélveme
el instante
en que no hubo
más palabra
que el silencio,

aquél
en que abril
fue lejanía

y más abril
que ahora.

Ya se advertían lozanías de su expresión y transparencias de su humanidad. Se sentía en cada palabra una densa ternura que encendía la lumbre marcando significativamente toda su obra. Su obra que tiene la virtud de movilizar márgenes, orillas, médulas, afueras y alrededores. Esa magistral poesía, forjada más que de versos puros, de auténticos sentires tejidos finamente con singular maestría. Versos nutridos de ponderada filosofía, versos sin egos exagerados, ni complicadas convenciones teñidas de vanidad.

Su obra fue plena de cualidades conceptuales y supo transportarnos tal vez ex profeso hacia empinados universos con sutiles contraseñas, alturadas metáforas y una simbología que traía consigo la ventaja de la excelencia.

 

Bejarano vivió una existencia en poesía. Y escribió tal vez, como la manifestación taxativa de un designio. Carmen Luz entendía este quehacer no como un oficio, sino como una vivencia íntima y necesaria. Escribir poesía era un ritual. Era una exagerada y demandante religión que celebramos siempre. Por estas razones que no mutilan verdades, ni cortan alas a palomas de sus ojos, su extensa obra poética siempre suscita una animada respuesta en nuestro interior.

Nos envuelve en un azul mágico propio de la poesía escrita con pasión. Nos gana ese azul océano connatural a versos que corren por caudales de sangre y finalmente nacen quebrando arandelas de nuestra historia personal. Esa historia diseñada sobre la realidad y los sueños, y que nuestra poeta expresó con seguro temple y con observancias de ojo tolerante, quién sabe, tal vez como una deliberada estrategia de esperanza.

Desde su barricada de sol y nube, sobre un mar poblado de aracantos supo celebrar la vida, la aldea, el pan y el viento. Constante se enfrentó a la muerte y a los torrentes de sal anudando los cuerpos. Se preocupó por el equilibrio de la naturaleza y los espacios dormidos en cavernas del átomo. Dijo del golpe de colmillo y los cantos rodados. De la antípoda de sus sueños y del fulgor Inconmensurable de los astros.

Poeta conveniente, relevante, sin hipótesis previas ni maniqueísmos linguísticos. Poeta esencialmente pulcra. De someterse a rigores espartanos en su escritura sin jamás traicionar la frescura ni la estética, subyacentes en la verdadera poesía.

Su poesía sin orgullos, trae implícito un conjuro que procura a la vez que un sublime goce, la seguridad de que jamás podremos olvidarla.

 

La memoria sin miedos me insta a afirmar que su pasión por escribir fue uno de los mayores alicientes que tuvo a mano para seguir viviendo los últimos dos años cuando agobiada por una grave enfermedad, no cesó jamás de empuñar pluma y papel sobre su pecho. Cuando nos dio una lección de entereza, de valor y de absoluta dignidad ante la adversidad.

Cuando constelada en un estoicismo inusual en estos tiempos, mantenía animada su conciencia y no permitía asomos de tristeza a su alrededor. Aún en los peores días. En esas horas odiosas en las que procuraba retrasar mandatos de su vieja amiga La Dama del sosiego y luchaba y resistía como nunca vi.

Su diáfano amor por la literatura le permitió ganar más de una encarnizada batalla contra esa tenebrosa criatura a la que amigablemente le hablaba en poesía años atrás :

 

Madraza ambigua mi perdimiento ensayas
y a tu índole me ligas
que aunque indócil me subleve
tiéndome con díscolo fervor en tu regazo.

[…]

No me alienta la prisa pero al hoyo
dirijo a desgano 2 mi cuerpo
y el traspié me adelanta.

[…]

No me hallarás sumida en la sorpresa.
Que aún si mi cuerpo a tu placer subyugas
en acto igual te burlaré intenciones.

 

Carmen Luz Bejarano, de inspiración prodigiosa escribió hasta el último día de su vida. Como lo vino haciendo siempre. Ajena a lauros y halagos convencionales. Por el contrario, muchas veces expuesta al frío glacial de una institucionalizada mezquindad que campea en nuestro tan querido como surreal país, donde con un alto sentido de la extemporaneidad ocurren homenajes tardíos.

Sin embargo, un atisbo de serenidad me recuerda que estas deficiencias en la conducta social de nuestro tiempo, carecen de verdadera importancia cuando creadoras excepcionales como Carmen Luz Bejarano ya han cruzado el Rubicón con sus obras.

Y cuando decía en uno de sus poemas

 

[…]

carmen luz
hoja en el paisaje agreste

despertarás
para morir de nuevo

carmen luz, piel, escamas, corola
o musgo

¿quién te reconocerá?

 

Debes saber que te reconoceremos todos y todas como una de las más grandes. Ya lo decía Magda Portal sobre tu poesía: “si alguien dudara de este río profundo de belleza es porque no le ha tocado con su fulgor de sueño las sienes huidizas .”

 

Me resulta muy difícil escribir sobre ti en estas circunstancias, Carmen Luz. Cuando no me pasa la pena de tu ausencia y siguen repicando como campanas de dolor aquellos versos que me regalaste una noche antes de tu partida.

“Ya es muy tarde para la sonrisa ...”, te escuché despacio, doliéndome un invierno que te llevaría lejos. Un invierno al que temíamos. Doliéndome tu mar de Tanaka, tu música de aracantos, tu arena parda y tu ser de lágrimas y arcilla.

La verdad es que estoy muy triste. Aunque no te guste saberlo. Y es que se fue contigo mucha poesía, un montón de esperanza y de risas y de cosas para contarte que atesoraba para una tarde de sol.

Gracias por los versos de esa madrugada, y aunque efectivamente, amiga, ya es muy tarde para la sonrisa, nunca lo será para la memoria grata de quienes te quisimos bien.

Jamás lo será para elevar una oración hasta tu alegría de mar.
Ahora en lejanía.


A modo de despedida te diré como siempre:

— ¿Bejarano?
— Acá Troiano, reportándose.

 

Lima, noviembre del 2002

 

1 Artículo aparecido en la revista Voces 13/2002, pp. 32–34.

2 Nota de los editores. Así lo indica la fe de erratas de toda su producción establecida por Carmen Luz en mayo del 2002. En este libro las citas de poemas aparecen respetando la versión de la autora. En adelante no se indicarán la correcciones.