Home

De pérdidas y contentamientos

Biografía y catálogo de obras

Ensayos

Fotografías

Copyright © 2006 Alfonso Padilla y Maritza Núñez

Carmen Luz Bejarano

Carmen Luz Bejarano - Dos cartas contra el tiempo: (Madrid 1962 - Lima 2003)

Manuel Pantigoso

 

Carta a la poesía que es la luz

Madrid, 16 de mayo de 1962

Mi querida hermana Carmen Luz:

Con una gran vergüenza te escribo estas líneas y acepto gustoso y contrito todas las reprimendas que debes tener guardadas para mí. ¡Te das cuenta del hermano que tienes! mal educado y desagradecido no se ha dignado, ni siquiera, acusar recibo del hermoso poemario de la tiernísima poetisa de “Giramor”.

Pero a estas alturas permíteme que me defienda un poquito no más y le eche la culpa a la tan socorrida falta de tiempo ¿me perdonarás si sigo por este camino? ¿Cómo?..., ¿que primero explique las razones de esa falta de tiempo?... Bueno, ahí van:

En la Facultad de Filosofía y Letras he tenido, y tengo todavía, una gran parte de mi tiempo, atendiendo por un lado a la tesis (que presentaré en Lima) y a los cuatro cursos monográficos: Introducción a la Estilística, Teoría Literaria, Principios de la Estrofa Española y Teoría de la Expresión Poética. Este último, con el propio Carlos Bousoño, supera a los otros que también son excelentes y creo que justifica por sí solo mi estadía en Madrid. Luego tengo el VI Curso para profesores de Castellano y Literatura, en el Instituto de Cultura Hispánica, con los mejores catedráticos de la especialidad. Creo que estoy obteniendo el máximo provecho.

Y por último, desde febrero hasta abril mantuve una constante preocupación, tratando de sacar adelante un programa bastante audaz: la presentación,por primera vez en España, de obras de teatro peruanas de los autores más representativos. Escogí tres: “Un cierto tic –tac” de Salazar Bondy, “Noche de luna” de Coco Meneses y “El último cliente” de J. Ramón Ribeyro. Después de muchos dolores de cabeza, de pérdida de algunos kilos de peso (¡imagínate!) y de otras incomprensiones, estrené con gran éxito el 8 de abril. Al final me quedó la satisfacción de haber alcanzado algo que yo mismo pensé no estaba a mi alcance.

¿Y después de todo esto puede el hijo pródigo volver a conquistar el afecto de su hermana? Yo sé que sí ¿no es cierto? Y como ya me siento más tranquilo hablaré de “Giramor”; mejor dicho, primero de “La Ciudad sin Campanas”. De una tristeza profunda, esos versos tuyos son bellísimos en materia y forma. Tristeza porque

“Allá
el sol muere
detrás de las montañas”


que un alma sensitiva como la tuya sabe que es la propia vida que se quedará en sombras. Y qué profundas y angustiosas son aquellas estrofas que empiezan así:

Haber llegado tarde
al valle...

“Giramor” tiene, en cambio, más alegría en el ritmo como corresponde al diálogo entre la madre y la niña. Pero hay algo detrás de esa alegría formal un dolor que se siente en el corazón. Ya conocía estos versos maternales, finísimos y femeninos pero no había percibido que detrás de ese juego de altísima poesía se escondían las lágrimas y el amor de la madre ante la angustia que significa ver crecer al hijo, apartándose cada vez más de ese

...mar, donde las hojas
quiebran
en mil lunas tu rostro

Por eso son tan dolorosos esos versos finales en los que se quiere proteger al hijo y protegerse a sí misma. Al leerlos no he podido dejar de sentir una intensa aflicción:

Tengo tu edad, Maritza;
tu breve edad de brisa.

¡Qué profundo contenido en tus versos tan escuetos! Creo que has encontrado la fórmula de decir muchísimo con unas breves palabras. Simplicidad y hondura es una enorme cualidad de tu poesía:

Pequeña
de los hondos silencios,
en ti nace el alba.

Te felicito Carmencita por este nuevo poemario de cualidades innegables; y mi admiración desea que tu creación no se agote para beneficio de la joven poesía peruana. Muchas, muchísimas gracias por tu delicadeza –tan mal correspondida– al enviarme tu “Giramor” que ya pertenece a todos los que amamos la poesía.

Y ahora, para concluir este diálogo, te contaré mis planes futuros. A fines del próximo mes viajaré a París para sumergirme en la atracción poderosa de la Ciudad Luz. Luego estaré una semana en Londres y otra en Bonn (en esta última ciudad invitado por la embajada del Brasil). Del 23 de julio hasta el 25 de agosto iré a Perugia (Italia) para asistir a un curso de Pedagogía, sobre problemas de la Educación. Luego volveré a España porque a fines de setiembre tomaré el barco al Perú. Viajaré con mi abuelita que de esta manera se reunirá con mi mamá después de más de 30 años de separación. El encuentro con mi abuelita y las derivaciones del mismo es algo que me reservo para cuando estemos juntos. Te adelanto que fue y continúa siendo un capítulo importante en mi vida.

¿Sabes que la fecha de mi matrimonio ya ha sido fijada? Será el 5 de enero de 1963. Y a propósito de esto y de Lúcia, ya puedes imaginar las "saudades" que estoy experimentando en mi "ostracismo". Felizmente frente a ello está la vida agitada que llevo aquí (sin olvidar por supuesto la siesta que es institución española). He dado conferencias y me han hecho escuchar muchísimas, he viajado por España y lo continuaré haciendo; asisto al Teatro, a los museos (El Prado es maravilloso). ¡Ah!, el último viaje que hice fue a La Mancha, siguiendo la ruta de Don Quijote. Algo indescriptible por todas las emociones pasadas. Y ya me voy despidiendo Carmencita. Dale un abrazo muy fuerte a tu Carlos y otro a Maritza, aunque no me quiera. Saluda a los amigos: a César Bazo, a Pedro Díaz, a Julio Díaz F. (le envié una tarjeta hace tiempo. Dile si la recibió), a Pickmann, a Guillermo, etc. Me alegrará muchísimo que me escribas y te prometo no defraudarte más en la respuesta. Un abrazo cariñoso de tu hermano.

MANOLO

(Si sabes algo sobre el Colegio de Aplicación te agradeceré que me comuniques. Desde que salí de Lima no he recibido ninguna noticia.)

 

CARTA A LA MAR QUE ES MARITZA

Lima, setiembre de 2003

Mi querida “sobrina” Maritza:

Emocionado, reproduzco la carta de 1962, escrita desde Madrid, que tu madre te encargó entregármela días antes de su partida. ¡Cuarenta y un años después esa misiva me ha puesto nuevamente frente (o contra) el tiempo, ese monstruo que siempre me ha perseguido, que devora a todos, menos a la poesía!

Al disponerme a escribir para tí tengo en mis manos Existencia en poesía, ese hermoso e intenso libro obsequiado por mi inolvidable hermana Carmen Luz que recoge toda su producción poética. Hallo en él una cinta azul que señala el poema Se va, se va, en el que leo: “Se va la tarde / se va / lo que se lleva / la tarde / nadie lo vuelve / a encontrar / nadie lo vuelve a soñar [...]”

Cuántas tardes se fueron, de esas que pasamos con tu mamá y a veces contigo, Maritza, en el patio de Letras de San Marcos. Corrías tus tres o cuatro añitos alrededor de la pileta, pisando casi mi sombra por temor a que te coja. Para mí era el juego con una niña de muy pocos años; para ti era casi un espanto. Tu madre reía, reía, con esa risa de cristal y de eco que tenía. Esas tardes idas las he vuelto a encontrar y a vivir en el recuerdo; y estoy con ellas a pesar de las nuevas voces, de los nuevos sueños en ese viejo patio de la Casona, en torno a la misma pila. Y he rememorado ese breve poema de tu madre que aparece en Abril y lejanía: “Cómo has envejecido / en mi ternura”.

Con nostalgia que se desarruga revivo ese gran amor familiar que nos unió a Carmen Luz, a tu padre Carlos –prestigioso profesor entonces en la Universidad Cayetano Heredia–, a ti, a tu hermana Camucha, a mi esposa Lúcia y a mis primeros hijos, “los hermosos”, como ustedes les decían a Francisco Manuel y Flavio Alceu. Ahora repaso ese tiempo en homenaje a la memoria de la poeta con la que nos encariñamos al calor de la lumbre común.

Viajé a Madrid, en 1961, con la distinción de la beca “Javier Prado” otorgada al mejor alumno de literatura. Mas al llegar a la península no le sentí sabor al premio. Era la víspera del 12 de octubre. Sobre mí había mayor peso que el que llevaba en las maletas: nostalgia de la lejanía, pena de ausencias, falta del calor de hogar y el recuerdo de la novia dejada en el Brasil.

Hundido en un pequeño cuarto de hotel pasaron los dos primeros días sin hablar; no conocía a nadie. Salía a tomar un café o un vaso de vino, según la hora y las circunstancias. Cuando luego de unos trámites estuve, al fin, en mi alojamiento del Colegio Mayor Hispanoamericano Nuestra Señora de Guadalupe ocurrió algo muy extraño. El bar donde llegué aquella noche por casualidad estaba repleto de contertulios y de alborozo. La gente entraba y salía; yo no escuchaba el bullicio sin embargo. No sé cuánto tiempo permanecí allí, en el umbral, mirando desde mi silencio a los que ocupaban los sillones, la barra, el recinto todo. De pronto sentí que alguien me observaba con atención; fijé ansioso mi vista en él y me encontré con la primera sonrisa desde mi arribo a España. Era un hombre poco mayor que yo, notoriamente alegre; me invitó a sentarme a su lado y hablé, hablé, hablé sin parar... en mi verborrea descubrió, mi melancolía y sacudió mi tristeza con sus palabras. Hicimos buena amistad con ese amable colombiano... ¡Era Psiquiatra! Recuerdo, Maritza, que en una carta le contaba estos desarraigos a tu madre. Ella me escribía para reconfortarme. Y me enviaba sus libros con algunos encargos. En una tarjeta personal, que conservo, me decía: “Dispón de los libros en la mejor forma. Si conoces al novelista José Puche dale uno, tal vez no se acuerde de mí, pero háblale de cuando estuvo aquí en San Marcos. Va carta. Te abraza tu hermana”.

Alrededor del 15 de octubre de ese año del 61 inicié mis estudios doctorales en la Universidad Central de Madrid, en la Facultad de Filosofía y Letras. Preparaba, además, mi proyecto de tesis doctoral sobre el teatro de Azorín bajo las orientaciones de Dámaso Alonso. También me matriculé en el VI Curso Iberoamericano para profesores de Lengua y Literatura, en el Instituto de Cultura Hispánica. En este ambiente logré muchas amistades y me relacioné con grupos de teatro alentado por mi vocación escénica. Al respecto, te cuento que fue memorable el programa de tres obras peruanas que dirigí y presenté, meses después, en el auditorio del “Guadalupe”: “Un cierto tic –tac” de Salazar Bondy, “Noche de luna” de Coco Meneses y “El último cliente” de Julio Ramón Ribeyro. Trabajé también en la primera pieza. Pero, continúo. Salía a recorrer Madrid, algunas tardes y muchas noches, especialmente con Edmundo Bendezú y con muchachos y muchachas españoles e hispanoamericanos. ¡Estuve tantas veces en el Museo del Prado! Vi cine español de todo tipo. Hicimos una natural bohemia juvenil. Al lado de la Tuna del Colegio Mayor recorríamos la Gran Vía y nos divertíamos recibiendo cintas de colores de las chicas madrileñas.

Hasta que regresé a Lima, cargado de vivencias, después de cumplir el período de la beca: 1961–1962. Vine con mi abuela, Juana, la madre de mi madre con la cual se volvió a ver después de más de treinta años. Como comprenderás, fue tan emocionante ese reencuentro.

Después de unas breves semanas aquí, en Lima, viajé al Brasil. Regresé con Lúcia; y ustedes y nosotros, incluidos mis padres –Panti y Antonia– que tanto te quisieron, fraguamos sólida amistad que hoy estrechamos mayormente al conjuro de tu madre Carmen Luz, que fue –desde su propio nombre ¡claro que lo sabes!– dos veces luz porque “carmen” es palabra latina que significa, también,... ¡verso o composición poética!. Pero ella es además “bejarano”, es decir “luchadora”, pues esa palabra alude a la facción que peleaba en Badajoz contra los portugaleses en tiempos del rey don Sancho el Bravo. ¿De aquí proviene –quizá– esas dos direcciones de su obra: la de sus primeros libros en relación a los siguientes? ¿O está allí, en sus nombres y apellido, esa simbiosis de lo interior y de lo exterior que aparece en los últimos libros?

¿Te acuerdas de esas funciones de títeres que hacíamos en casa, de los recitales de piano, de las magníficas veladas con todos los “chicos”? ¡Tengo fotografías de esa época de oro! Prendido de ella imagino ahora a tu madre cuando en enero de 1962 me envió una reconfortante postal a Madrid –con reproducción del “Arlequín”, de Cézanne, el personaje cómico de la comedia italiana– en la que escribió: “Hermano: recibe un abrazo y el cariño nuestro. Y recuerda que siempre estoy junto a ti deseando tu felicidad.” Sé que ahora y siempre será así. Y repaso Giramor, bella entrega de poemas que publicó un año antes. Hay dos versos que leo, estremecido: “En algún lugar de la tarde / duerme / la ciudad sin campanas...”

Otra vez, Maritza, las tardes abrigan nuestros sueños en esta Lima donde ya no hay ni campanas que canten o que lloren. ¡Pero sé que las íntimas repican en el corazón de la hija y del hermano!

Sigamos con estos “racontos” que se apagan y se prenden como luces desde la memoria. Te vas a reír seguramente. Sucede que cuando llegamos del Brasil, recién casados, tu madre nos visitaba los sábados o domingos. La primera vez que fue a casa supo, preocupada, que el edificio no tenía ascensor y, en consecuencia, había que subir por las escaleras. Para animarla le dije: “si subes casi agachada te cansarás menos”. Me sorprendí cuando siguiendo mis indicaciones subió inclinada hasta casi pisarse las manos, riéndose mucho. Ella llegó primero al tercer piso y no tuvo necesidad de tocar el timbre porque la ruidosa alegría que traíamos hizo salir a Lúcia de la casa, para recibirnos. Ya sentados en la sala, saboreando un refrescante vaso de limonada, les conté la anécdota aquella que Panti, mi padre, me había narrado sobre Carlos Oquendo de Amat, en Arequipa, más o menos en 1933. Sucede que subiendo por una cuesta, con sus amigos, en pos de una picantería, de pronto comenzó a hacerlo de espaldas mientras le decía a mi padre –que se había quedado rezagado para acompañar al poeta, enfermo de los pulmones– “¡camina así, te cansarás menos!” Amigos y transeúntes, sorprendidos, fueron testigos entonces de una insólita manera de caminar ¡hacia atrás, observando sus propias huellas! Todos festejaban la ocurrencia y trataban de hacer lo mismo para encontrar símbolos cabalísticos en el gesto del vate y del pintor. Cuando terminé de contar la historia Carmen Luz y Lúcia “aullaban” de la risa.

Volvamos a los últimos meses de su vida. Nos reunimos una vez en el “Voltaire” con esa gente del cogollo, de nuestra Generación del 60: Reynaldo Naranjo, Winston Orrillo, Rodolfo Hinostroza, Arturo Corcuera, Germán Carnero y otros “compinches” para presentar la antología Como una espada en el aire, de Oscar Araujo. Ahí estuvo, naturalmente, la honrosa presencia de Carmen Luz. También nos juntamos en ese lugar para festejar el libro-poema de Germán en homenaje al gran vate y entrañable amigo César Calvo que también se fue, sin irse. Fueron reuniones notables. Y dentro de estos recuerdos entremos ahora, alegremente, al antiguo café-restaurante miraflorino “Curich”. Allí hicimos un ágora abierta en donde el plato de fondo era la lectura de poemas y, como entremeses, diálogos amicales, sustanciosos, sobre literatura, arte, filosofía. Ese lugar fue por dos años un centro de esparcimiento cultural auspiciado por la Universidad Ricardo Palma. En fin, Maritza, los días pasados con tu mamá fueron siempre de vehemente vida intelectual, de cálida comunicación espiritual y artística. En esa relación tú estuviste siempre presente, física o espiritualmente. A propósito, por qué se te ocurrió que yo podía interpretar a Trotsky –en realidad Leiba Davidovich Bronstein– en tu notable obra sobre Frida Kahlo? Tú me dijiste que era por mi antigua actividad actoral y, también ¡por mi parecido con el célebre ruso! En esos momentos casi volvió a asomarse en mí, desde el fondo, ese antiguo “gusanito” de las tablas.

Esta carta, Maritza, no quiere ser ordenada a propósito. Todo lo que pienso y siento no cruza por la razón sino por los sentimientos que son –tú lo sabes– anárquicos y contradictorios, pero por eso mismo pueden expresar mejor ese enjambre que caracteriza a las emociones. Ahora, por ejemplo, vuelve a mí el vínculo tan especial e intenso que tuviste con tu madre. ¡Eran “uña y carne”!¡Cómo la apoyabas en todo! Eras la hormiguita hacendosa deuna compleja urdimbre, la reina madre del panal, la linda capitana del bajel. Tu compañía la entusiasmaba y protegía, tu risa cascabelera alegraba a todos.

Imposible olvidar en estas líneas nimbadas de nostalgia la excelencia poética de tu mamá, la calidad de su palabra precisa, la hondura de sus sentimientos, el filo de sus críticas, esas ascuas vivas de su palabra lírica, como ocurre en Juan Angurria, opúsculo publicado en mayo de 1972 y dedicado de puño y letra a Lúcia y a mí. Cito algo de esa pieza de antología que corresponde a la segunda etapa de su producción, la más comprometida con la realidad social:

Juan juan sante toro torero entre dos astas panza al viento remolino [...]

[...] María / tu juan tu niño se ha dormido tu juan celeste tu sanguijuela en el pezón inútil [...]

[...] Juan / sordo / mudo / sordomudo Juan [...]

[...] juan celeste adolescente / sin silabario entre dos cuernos remolino / entre panes y arañas y zancudos / juan sin pan / entre padres y hermanos y moscas y madre y soledad / juanarcoiris [...]

[...] Zopenco falta harina en los costales hay que vender el pan echa carbón al horno se quema el pan juanzopenco sabandija mueve las manos amasa hijo tu padre está borracho [...]

[...] ya duelen los pezones juan celeste juan angurria no chupes no muerdas no grites juanvagido juanremolino entre dos astas despanzúrrate [...]

Maritza, joven y querida amiga, sobrina adoptiva, ya pasó el tiempo en que corrías para que no te alcance. Ahora soy yo que va hacia ti... y ¡eres inalcanzable! Como poeta, escritora y reconocida mujer de teatro, desde Finlandia o desde el Perú, tu talento va por medio mundo. Tu madre está siempre a tu lado.

Cuando ella enfermó mantuvo la dignidad del ánimo enhiesto y su pluma continuó enarbolada. Todos sus amigos estuvimos a su lado cuando se presentó, en el 2000, esa extraordinaria obra completa: Existencia en poesía, en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Nos acompañó, entre otros, Blanca Varela. Fue su consagración definitiva como una de las mejores poetas de la segunda mitad del siglo XX. También estuvimos con ella cuando se llevó a escena su monólogo Los ojos de Lázaro, en la Alianza Francesa, bajo tu inteligente dirección. Había que ganarle tiempo al tiempo. Todos lo sabíamos. Nunca se apartará de nuestro sollozo su partida final, cuando estábamos, con Lúcia, tan lejos, en Turquía.

Ella fue la inolvidable poeta de las trascendencias, del tiempo y del espacio; ahora está de vuelta en Yauca, mirando el horizonte salobre de la playa de Tanaka, allá en Acarí. Ahora ha vuelto a su abril y a su lejana infancia, tomada de tu mano (“Tengo tu edad Maritza; / tu matinal edad. / [...] / Tengo tu edad, Maritza; / tu breve edad de brisa.”); ahora está “envejeciendo de amor en lejanía”. Su luz –carmen o poesía– sigue iluminando ese “jardín de la delicia que soñaste”.

Te abraza fuerte, y para despedirme firmo como me llamaste siempre, desde niña:

Manolín