En camino hacia Carmen Luz Bejarano
Kaj Chydenius
Antes de encontrarme con Carmen Luz Bejarano ya la había conocido de diversas maneras. Cuando estudiaba composición y ruso en Moscú en el semestre de invierno de 1981–82, conocí a la hija de la poeta, Maritza Núñez. Ella estudiaba música en Moscú y vivía con su compañero de estudios finlandés.
Yo había llegado a Moscú para tratar de componer una ópera, cuyo libreto estaba basado en un cuento de Pushkin, pero antes que nada, fui para pensar acerca de si tenía sentido continuar con mi carrera de compositor. Pensaba que quizás ya había dado lo mejor de mí o, tal vez, que debía regresar a mi antiguo trabajo de periodista, o a algo de ese tipo. Maritza me mostró poemas de su madre.
Mis conocimientos de la lengua española eran escasos: tres años de estudios de francés, revueltos con el italiano de la música y los fundamentos de la gramática castellana. Pero no me dejó tranquilo esto:
La luna que estoy mirando
la misma que miras tu.
Los países más lejanos a los que había viajado eran Singapur e indonesia en los años 70, pero no a América del Sur. Pero el poema me hablaba intensamente. Tú, allá lejos, miras la luna, la misma luna que miro aquí. (Después me di cuenta que allá la luna se ve de diferente manera, aunque sea la misma.)
Aunque pensaba en mi invierno moscovita releer sólo partituras viejas míaspara ver si tenían o no posibilidades de seguir desarrollándose, caí en la cuenta de que este poema debía ser tratado de una manera nueva: exigía para sí que se compusiera música.
Compuse esta canción y en ese invierno nacieron otras dos con textos de Carmen Luz: Palomita y Semilla. Durante la primavera me quedó claro que debía continuar con la composición y que ya tenía tras de mí una producción considerable y tenía ante mí aparecían muchos desafíos que componer, muchos poemas sin música, que terminar de componer pareció algo irracional.
Otro elemento de presión, que se hacía cada vez más difícil de soportar, comenzó a darme dolores de cabeza. Sentí deseos de partir a Lima para encontrarme con Carmen Luz Bejarano. Los textos y mensajes llegados a través de Maritza me hablaban de un alma gemela, de una amiga poeta a quien quería conocer a toda costa. Quería conocer su país, su medio, y su ambiente de trabajo.
Y allí volé.
En el aeropuerto de Lima Carmen Luz me recibió, cálida, alegre y amistosa, de alguna manera irradiaba luz. Nos saludamos como viejos conocidos, pero ni sombras de una lengua común en la cual comunicarnos. Un poco más allá estaba parado Carlos Núñez, el esposo de Carmen Luz, químico y hombre de principios, serio, interesado y humanista.
Lo que viene es ya historia.
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