Home

De pérdidas y contentamientos

Biografía y catálogo de obras

Ensayos

Fotografías

Copyright © 2006 Alfonso Padilla y Maritza Núñez

Carmen Luz Bejarano

La última sonrisa

Lastenia Luisa Bejarano Márquez

De su infancia no puedo contar mucho, yo era muy chica, después ya no se siente la diferencia de años, pero en aquella época sí. Yo era su rabito. Mi hermana me llevaba a la playa, yo me caía, se hacía remolino, me caía. Ella me tenía que secar el vestidito para que mi mamá no me llamara la atención. A veces la acompañaba a mirar el atardecer, en un morrito. Era su compañía, en silencio.

Ella era muy miedosa, no me dejaba dormir. Cuando iba a Yauca dormía conmigo. Me empezaba a preguntar, a preguntar. Duérmete porque yo me voy a quedar dormida, la asustaba. No quería que apagara la luz. Hablábamos tonterías, mirábamos fotos de los abuelos, que éste tiene cara de no sé qué, y éste de no sé cuántos, y nos reíamos. En Tanaka se despertaba a medianoche, “se siente ruidos”, me decía. Ya era señorita, pero era muy miedosa. “Duérmete, lo que quieres es tomarte el vino”, le decía mi papá. “Es la conciencia que no te deja dormir,” bromeaba mi mamá.

Le gustaba el vino, siempre le gustó el vino de Jaqui. Mi papá compraba en cantidades buenas, para que no se sufriera de anemia porque era buena tónica, aseguraba. Siempre le gustó el vinito.

La pasábamos bien, yo era su compañía, reíamos mucho. Por eso, cuando me encontré en la Clínica yo no sabía cómo comportarme, qué mostrar. No sabía qué decirle a mi hermana. No podía decirle te vas a ir a este sitio y vas a volver. Sentí que tenía que hacerla olvidar, que debía hacerle más alegre su estancia.

“Vámonos a caminar. ¿Por dónde quieres ir?”, le preguntaba.

A mí gustaba el teatro, me hubiera gustado representar a estos personajes, Dos viejas van por la calle, de Salazar Bondy. Virola era una creo y la otra…, Catrina, no recuerdo. Y nos íbamos caminando, y ella cogía el pasante y yo la botella, o ella el suero y yo el pasante.

Allí caminábamos, en la habitación. Hacíamos nuestros paseos imaginarios y nos íbamos a Miraflores, hasta que se cansaba, de ahí se sentaba un rato hasta que volvía a su cama.

El doctor nos dijo después que sí podíamos salir de la habitación y nuestros paseos imaginarios se trasladaron a los pasillos. Paseábamos hasta que ella se cansaba.
-Apúrate, que ya nos van a dejar sin cachitos.
Volvíamos a la habitación muertas de risa.
- Nos iban a dejar sin comer, en la calle.

Había días que poníamos música. Le gustaba mucho Caballo viejo. Bailábamos. Es alegre, pero a la vez es triste, las palabras...
- Sabes que necesitamos hacer más vida social, hermana, me decía de repente.
- Sí, ¿no hermanita?
Ella quería que yo saliera.
- Adónde me voy a ir, le respondía, estamos bien acá.
Y se animaba.
- Tengo que arreglarme. Vamos a arreglarnos, me pedía.
Y nos arreglábamos. Ella trataba de olvidar.

Murió con una sonrisa.
Yo le cerré los ojos, con Camuchita, y con cuidado la acomodamos para que estuviera bonita.
La vestimos con su vestido verde, largo, le puse sus aretes.
¿Te estás riendo de nosotros, o qué pasa, hermanita?, le murmuré al oído, muy bajito, al contemplar esa sonrisa juguetona, tan suya.

La última sonrisa.