Mujer de luz y arena
Nérida Patricia Adrianzén Ronceros
¿Dónde?
¿Quién reconocerá mi voz?
carmen luz
sombra en la sombra del día
carmen luz
hoja en el paisaje agreste.
¡Ah mujer! Y tú insistías en que las palabras se te sublevaban a veces..., sin embargo jamás conocí a nadie que como tú supiera extraerles la savia, destilarles la miel sin que empalague, moldearlas hasta lograr su exacta dimensión en el poema, podarlas jardinera tiernamente sin que una hoja fuera echada a perder.
¡Ah mujer! ¡Cómo inundaste este mundo de tu existencia en poesía! Diluvio de amor y de ternura. Desde que entregaste la audacia de tu abril lejano no cesaste de sembrar asombros y cada libro fue un hallazgo de música infinita de canto bien labrado como un campo de girasoles donde el amor giraba a tu compás, y al leerte todos nos embarcamos en giramor y nos llevaste a rescatar contigo las huellas de tu vida al borde del mar de Tanaka hasta donde llegué para aspirar la brisa de aracanto impregnada de sal tu poesía sazonada con la imagen del mar de las escamas de la corola y del musgo jugamos a escarbar rumbos en la arena hasta darle forma a aquella niña que dejamos en la playa arando su propio canto en la orilla entonces con la misma pasión retrataste en la angurria de Juan toda la angustia de un pueblo alzando su voz por la justicia y todos los hombres se hallaron en él pero no conforme con eso atrapaste la arcilla que a la deriva iba en el viento y le extrajiste la furia doblegándola a tu imagen para luego embarcarnos en Ícaro y surcar el horizonte en sus alas y aterrizar en tu tambor de luna donde la hierba, la garza, el pan el colibrí y la gaviota conviven en armonía.
¡Ah mujer! Si hasta los trebejos de tu vida en tus manos resplandecieron hasta volverse canción y la dama del sosiego no se atrevía a callar tu voz y se sentaba al borde de tu lecho estremecida a suplicarte que le hablaras del amor y otros asuntos.
Y todos terminaremos por suplicar también que nos enseñes la ruta del ciprés que nos conduzcas a ese paraíso de metáforas que nos enseñes a entender el grito de tu mar sobre las peñas que se confunde con el grito de tu yazgo desde donde resurges intensa.
¡Ah mujer! las lejanías y los abriles suman la vida que tú enciendes y no es un paisaje agreste el que te proclama poeta sino un largo camino de emoción estética sembrada por tus manos y tus hallazgos y yo bebí de ti hasta convertirme en una proyección de tus asombros.
Y qué puede hacer mi palabra sino doblegarse ante tu luz que reverbera ante la plenitud de tus gaviotas que encienden el ocaso ante tu alud de palabras ante tu huella de vida.
¡Ah mujer jamás hecha silencio!
¡Ah gran maestra, luminar del canto y la palabra!
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