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Carmen Luz Bejarano

Joel Vital de Brito Moreira

LA HERMANDAD DE LOS CANGREJOS

A Carmen Luz Bejarano, un relato del mar de Bahía; un recuerdo de este su lector brasileño, profundamente impresionado con la belleza y sensibilidad de su escritura marina.
 

Veraneamos en la Isla de Itaparica. Durante las vacaciones vamos a la Isla para disfrutar del sol, del azul, de la arena blanca y del baño de mar. Mi abuela tiene una casa allí y los cocoteros del traspatio avanzan por la playa de Mar Grande.

En las noches de luna, mi abuela, madre, hermanas, primas y yo vamos a la playa para pescar cangrejos y patachocas. En la arena blanca, preparamos las trampas con tiras de neumáticos y latas vacías. Después, con los sentidos abiertos, esperamos el ruido: ¡prám! Corremos excitados para ver al animal atrapado. ¡Qué alegría se apodera de mi familia en las noches de pescaría!

Una noche, después de cenar, mi hermana y mis dos primas desean ir a la plaza del Duro para pasear. Cuando están para salir, mi padre me llama y me ordena:

- Bromeu, cuida de ellas. Si le pasa algo malo a tu hermana, tú serás el responsable.

En el camino a la plaza, la luna nos acompaña, grande, bella, llena de luz. Debajo de las palmeras están Almiro, Djalmi y Bebeto, tres jóvenes moradores de la Isla. Desean hablar con ellas.

Mientras charlan, escucho. De repente, comienzan a cuchichear; mi presencia les incomoda. Siento la tensión; me incomodan también.

Miro el cielo y una nube pequeña cubre la luna. Se oscurece. Oigo un susurro de tela y manos bobas.

¿Qué fue eso? ¿Qué están tramando?

La tensión aumenta y siento frío en el cuerpo.

En el cielo aparece una nube nueva. Inmensa y peligrosa, viaja al encuentro de la luna. Mi corazón bate intranquilo, en pánico por lo que pueda pasar.

Cuando la nube cubre la luna, todo se oscurece. Escucho los ruidos de pies desleales que se alejan en la arena oscura. Antes que la claridad me ilumine, me invaden el temor y la desolación: se escaparon.

Dios mío, ¿en dónde se metieron? Y, ahora, ¿qué hago? Me armaron una celada. Tengo que encontrar a esos cabrones, cueste lo que cueste. ¿Cómo voy a volver a casa sin mi hermana? ¿Qué voy a decir a mi padre? Carajo, ¿cómo voy a encontrarlos, solito, sin nadie para ayudarme? Estoy jodido... Dios mío, ¿en dónde se metieron?

Miro más allá de mí y veo la playa quieta, desierta, iluminada, por fin. Atascados en la arena de la marea menguante, entre sargazos húmedos, están los barcos de pesca para calafatear.

Buen lugar para esconderse, adentro deben de estar.

Subo a la proa de un barco grande y bajo por un hueco en su cobertura de madera. En la oscuridad del fondo, vislumbro dos bultos que están de pie. Escucho una voz que parece la de Bebeto. Está forzando la situación:

— Deja. Sólo voy a bajar los calz…

Asustado y titubeante, veo la figura blanca de mi hermana arrinconada en el fondo. Enloquecido por el dolor y la rabia, grito:

— ¡Elisa! ¡A casa, ya! Se lo voy a decir a mi padre…

En el silencio, escucho una voz confusa y desconcertada:

— Lárgame Bebeto... Ni siquiera quería venir...

Escucho pasos. Creo que me obedece y sigue a los míos.

En el cielo la luna bella brilla, indiferente al destino de los barcos. Al volver a la casa ando sobre la arena blanca oyendo los ruidos de nuestros pasos entre los sargazos. Mi cuerpo tiembla, pero ya siento la brisa suave cuando respiro.

¡Qué suerte la mía! Llegué en la hora cero... el momento en que Bebeto trataba de… pero ella resistió.

Cansado y avergonzado, no cuento nada a nadie. Tengo miedo de mi padre. Temo que en su furia asesine a su hija de catorce años y a su hermano de doce, el responsable.

 

(Traducido del portugués por Catherine M. Bryan.)