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Carmen Luz Bejarano

Furia de la arcilla , de Carmen Luz Bejarano

Violeta Malpartida

Universidad de San Marcos

 

Los estudios literarios ubican a la escritora arequipeña Carmen Luz Bejarano (1931 –2002) en la llamada generación del ’60, pues es a raíz de su participación en el concurso “El Poeta Joven del Perú” en 1960 y la publicación de Abril y lejanía, poemario con el que obtuvo la mención honrosa en dicho certamen, cuando inicia públicamente su fecunda e incesante labor literaria. Debemos destacar que Carmen Luz es considerada por la crítica como la Poeta más importante de esa generación. Ha cultivado varios géneros a lo largo de su vida artística. Aunque es más conocida como Poeta –por su vasta producción– también ha escrito narrativa y en la última etapa de su vida ha cultivado el teatro.

En esta oportunidad me ocuparé en hacer una breve lectura de su poemario Furia de la arcilla (1977), publicado en Lima por Cuadernos del Hipocampo, memorable sello que dirigiera el también escritor sanmarquino Luis Fernando Vidal Mendoza.

Furia de la arcilla1

El poemario Furia de la arcilla empieza con un homenaje a la mujer que es quien lleva la semilla de la vida. La arcilla evoca aquella imagen bíblica del hombre creado a partir de la materia (arcilla).

Hay una asociación que es la siguiente: el hombre es creado a partir de la mujer, pero asimismo el hombre está sujeto al tiempo y a la muerte: “Sólo turbios colgajos en el arco del tiempo / y la guadaña incuba / telarañas y huesos” (p. 153).

Es interesante la metáfora de la vida tierra (hierba que crece) y destaca también la negación del Demiurgo (Dios), que se convierte en la negación de la creencia religiosa. Es la síntesis de lo que expresa el yo poético en los tres poemas iniciales de Furia de la arcilla.

El poema (p. 155–157) constituye las imágenes de la infancia atesoradas por el yo poético. La presencia del tiempo es omnipotente: “Treinta i cuatro años trescientos sesenta / i cinco días / cada vez”. Otra vez es el hombre asociado al tiempo y a la muerte: el infante que llega a adulto y se convierte a través del tiempo en ceniza (muerte).

Existe una variante en este poema: la muerte está simbolizada en el gusano y el buitre; son imágenes nefastas contrapuestas a las dulces de la infancia (anillos, cascabeles). Es un contrapunto de Muerte / Vida.

Existe de parte del yo poético una invocación a un interlocutor () con quien comparte las mismas vivencias de infancia. En consecuencia hay un compartir del tiempo pasado que es hoy recuerdo, (el tiempo de la infancia). El interlocutor es hoy un náufrago de la infancia, es el recuerdo del compañero de juegos infantiles. Finalmente tenemos la certeza de la muerte del interlocutor: “enmudeciste un día”. El amigo (el interlocutor ausente) se convierte en el símbolo mismo de la infancia perdida, del tiempo rememorado. El tiempo que compartió con el amigo ausente tiene las siguientes connotaciones: lo lúdico, la bondad, alegría, ternura. Estas emociones son devastadas por la muerte.

El poema (p. 158–160) instaura la temática de la vida impuesta al yo, aparece también aquí la oposición: vida (tierra – hierba) / muerte (humano hueso). En el texto la oposición es a la vez asociación: el hueso nutre la tierra.

La imagen bíblica de la manzana prohibida aparece como la imposición de la condición humana. La muerte es una condición humana que es impuesta por un ser innominable. Pero la muerte es además impuesta por el hombre a su semejante; lo podemos deducir de los versos: “los pájaros metálicos / viento de fuego [...] de vientre acribillados”.

Como un remanso los recuerdos de la infancia sirven al yo poético para paliar su angustia. Culmina el poema con el lamento de no haber elegido por voluntad la humana condición.

En el poema (p. 166–170) plenamente divaga el yo poético desde la imagen bíblica de Adán; la tierra de Adán es la tierra donde reina el gusano (la muerte). También se aprecia la creación del mundo, el yo poético evita nominar a Dios, expresa: “un huracán sopló sus cántaros / y amaneció la arcilla”. Aparece Eva y su simiente: Abel y Caín.

Adán encarna al hombre acosado por lo adverso, se convierte en víctima de su materia (la arcilla). La tierra aguarda a Adán y también aguarda el gusano (la muerte). Adán está en el hombre bueno e inocente (Abel) y en el perverso (Herodes). Adán, víctima de su materia, tuvo su paraíso (la infancia) que era el tiempo de la alegría.

El yo poético se solidariza compartiendo la condición adaniana del niño, adulto y anciano. Adán es también el hombre de todas las latitudes. Por sobre todo es el nacer y el morir la antinomia y humana condición de la que Adán (el hombre) no puede prescindir.

Finalmente, concluimos, el yo poético discurre a través del símbolo de la arcilla y desde esta óptica divaga acerca del ser humano, sus fuerzas y debilidades condicionadas a Eros / Tánatos. Es el eterno retorno del nacer y el morir inherente al hombre.

Prima la imagen de la muerte (mediante el símbolo gusano – hueso), es una imagendisfórica opuesta a la imageneufórica de la infancia (lo lúdico, la alegría) convertida en un recuerdo, en un rememorar. El recuerdo de la infancia es el antídoto contra la angustia que asola al yo poético.

 

1 La numeración corresponde a Furia de la arcilla, en Existencia en poesía. Lima : Carpe Diem, 2000.