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Copyright © 2006 Alfonso Padilla y Maritza Núñez

Carmen Luz Bejarano

Losojos de Lázaro — dos perspectivas

 

Recovecos del alma humana 1

Martín Vargas

Aunque intenten husmear en los ojos de Lázaro, su retina recia e infranqueable impedirá al auditorio escudriñar en los territorios donde moran sus vivencias y los pocos recuerdos que permanecen intactos a las estocadas de la cotidianidad.

Al borde de un mar recién parido por la lluvia y al pie de una silvestre cabaña de totora y bastidores de madera apolillada, irrumpe Lázaro, ambiguo nombre gestado entre el personaje bíblico y la imagen de un felino domesticado, con el que, a veces, se mimetiza en la puesta teatral.

Este ubicuo paisaje marino sirve de hábitat al atormentado personaje, elaborado por una de las poetas más importantes de la generación del 60, Carmen Luz Bejarano. Ella lo adscribe en la frontera de la realidad y la quimera, donde quizá el austero paraje costero de utilería sea lo único que el observador reconozca como real en toda la historia. Las dunas, el aracanto y las algas marinas decoran la inevitable línea de ficción por la que discurre el montaje.

“Realidad, fantasía y débiles ráfagas reminiscentes se amalgaman en una personalidad compleja que bien podría ser cualquiera de nosotros”, anota doña Carmen Luz.

Miguel Medina es el encargado de interpretar al díscolo Lázaro, el cual se atribuye –o al que Carmen Luz le ciñe— un pasado salpicado de asesinatos, una culpa que lo atormenta y lo tiene en la orilla de la desesperación.

Condición humana . ¡Maurizio!, clama con voz ronca el musculoso Lázaro, sobre las arenas y delante de un enorme reloj de Dalí. El nombre corresponde a su hermano perdido entre sus manos fratricidas o, al menos, a aquella imagen que su lesa memoria proyecta.

Juego de enigmas y metáforas mezcladas con una línea de realidad que traspasa su significado terrenal convirtiéndose en la realidad del arte y la literatura misma, Carmen Luz presenta una situación teñida de ficción, aunque su génesis es, sin duda, la cotidianidad.

El monólogo se desprende de una nouvelle intitulada La Ruta del Ciprés (2001), escrita por la misma autora, aunque para la puesta escénica presente variantes considerables, como la sustitución del personaje inicialmente femenino.

[…]

“Trabajé el monólogo bajo otras connotaciones para adaptarlo a la personalidad de un hombre maduro, además de cambiar algunos elementos escenográficos en función al personaje”, sostiene Carmen Luz.

[…]

Valiéndose del rico lenguaje poético de Carmen Luz Bejarano, la obra nos lleva al espectáculo de la reivindicación de un ser lacerado por sus penas y dispuesto a encontrar en el olvido o el perdón divino, la solución a su pesadilla continua.

 

Aracantos, arena y muert e 2

Santiago Soberón

El intenso lirismo de la poesía de Carmen Luz Bejarano, una de las autoras más representativas de la generación de los 60, llega al teatro con el monólogo Los ojos de Lázaro, recientemente estrenado en la sala joven de la Alianza Francesa. La dirección corresponde a su hija Maritza Núñez, autora cuya obra dramática ocupa también un lugar destacado en el teatro peruano.

La palabra en la poesía de Carmen Luz Bejarano es ágil, en permanente movimiento, profusa en imágenes y sensaciones cuyo fluir demanda un esfuerzo adicional para asirlas, aprehenderlas e internarse en el mundo poético de la escritora. Es de imaginarse lo que sucede entonces cuando esta palabra reclama un espacio en el escenario, en conjunción con los otros códigos que configuran el hecho teatral.

Es ahí donde radica el mayor reto de Maritza Núñez, quien debuta en nuestro medio como directora, y del actor Miguel Medina, quien a partir de su complejo personaje debe recrear este universo configurado por Carmen Luz, sin caer en la reiteración de la palabra, sin restringirse a sus niveles denotativos y, más bien, crear una imagen propia y tangible en el escenario de este mundo de mar, arena, gaviotas y aracantos, estas últimas algas marinas que en la poesía de Carmen Luz están asociadas a la muerte.

El personaje interpretado por Miguel Medina tiene un interlocutor imaginario, a quien va relatando supuestos crímenes cometidos, en una actitud de arrepentimiento causado por la culpa y la angustia. No obstante, nada de lo narrado parece cierto, porque los límites entre lo real y lo ficticio son traspuestos permanentemente, de tal manera que la angustia y la culpa se vuelven más intensas y enmarañan al personaje como los propios aracantos suelen enredarse en los cuerpos humanos.

Es la complejidad de este mundo interno, antes que una historia lineal lo que importa en este espectáculo.

[…] Los ojos de Lázaro implican un caso muy peculiar de escritura teatral donde la dimensión poética adquiere protagonismo tanto en la escritura como en la dirección escénica.


1 Extractos de un artículo publicado en El Peruano 17 de agosto de 2001, p. 14

2 Extractos de la crítica publicada en El Comercio 28 de agosto de 2001, p. c8.