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Carmen Luz Bejarano

Carmen Luz Bejarano
– la soledad del poeta 1

Eero Tarasti

Universidad de Helsinki

Los países y los pueblos en general no significan nada para nosotros si es que no se personifican en alguien que pueda representar ante nuestros ojos esta amplia totalidad. Antes de nuestro viaje de conferencias –la grande tournée sudamericaine, junto con Maritza y Alfonso– en 1996 a Argentina, Chile, Perú y Brasil, no me era posible hacerme una imagen de lo que podría ser Perú. Lo artístico peruano era sinónimo de Mario Vargas Llosa, novelista vigoroso y al mismo tiempo sofisticado, de quien siempre había admirado las sorprendentes estructuras temporales de sus novelas. Perú era para mí conocido también por los estudios semióticos, representados, entre otros, por Desiderio Blanco y Oscar Quezada Macchiavello, y por la revista Lienzo, primo lejano de la revista finlandesa Synteesi, “revista de la investigación interdisciplinaria del arte”.

Nuestra llegada a Perú quedó grabada en nuestra memoria a la figura de Carmen en el aeropuerto de Lima. Después de haber estado en un Chile tan serio fue muy agradable ver gente despreocupadamente alegre casi en todas partes. El arribo a Lima fue de los más especial y curioso que me ha tocado vivir. Una ciudad de millones de habitantes que no tenía ninguna estructura, las calles serpenteaban por aquí y acullá desordenadamente.

Carmen fue nuestra anfitriona, nos comunicamos con ella en una mezcla de portugués y francés. Ella era elegante y su estilo me sugería una dama parisina, justamente del tipo que había conocido en la vida cultural latinoamericana.

Ella nos ofreció en su casa una exquisita cena-gourmet peruana; al comienzo ensaladas y aceitunas gigantes recién llegadas del olivar de su hermano. Luego nos ofreció corazón de vacuno frito, 2 cuya carne musculosa fue una experiencia exótica. Carmen Luz y su esposo, el catedrático Carlos Núñez, nos recomendaron buenos restaurantes limeños. En el Café Haití hablamos de literatura. Nos contó acerca de jarrones de greda de su infancia, y de que, cuando de niña en Lima, leía a escondidas a la luz de la vela para evitar los reproches de la dueña de casa que quería ahorra en electricidad.

En cierta ocasión Carmen nos llevó a pasear a un parque de Miraflores, donde habían enormes figuras humanas blancas, y luego a Barranco, un barrio colonial situado a orillas del mar, donde encontramos unos versos grabados de Felipe Pinglo. En nuestra mente quedó este aforismo: O amor no a delito... “Amar no es un delito porque hasta Dios amó…”

Mas, para decirlo francamente, no teníamos exactamente idea que nos habíamos encontrado con una de las artistas más destacadas del Perú de hoy. Carmen nos entregó sus poemarios Aracanto (1966), Del amor y otros asuntos (1984), La Dama del Sosiego (1991) y la novela El Cuarto de los Trebejos (1989).

Junto a un disco de valses peruanos que nos regaló venía una tarjeta postal que muestra una agrupación musical andina, y el siguiente texto: “Eero y Eila, siempre estaremos esperándolos. Vuestro encanto i calidad humana nos ha atado para siempre en el afecto. Vaya con ustedes nuestro compositor Felipe Pinglo. Carmen Luz, Lima 26.08.96”, Pero los libros de Carmen Luz quedaron en la sección de América Latina de nuestra biblioteca a la espera de que nuestros conocimientos de español fueran tales, que nos permitieran que la literatura también se nos abriera en esa lengua.

Luego oímos de la enfermedad de Carmen y del último período vivido por ella. Synteesi publicó un artículo escrito en su memoria 3 y la traducción al finlandés de sus últimos poemas reunidos bajo el título de Yazgo. Son poemas estremecedores y que llegan muy profundamente al retratar la sombra de la muerte de una manera real, así como el deseo siempre ardiente de vivir:

Soy en la lúgubre cadencia
el último cristal de arena
húmedo por el llanto
se resiste
a caer en la fronda del gusano
aunque el abismo lo seduce.

¿Dé dónde viene, finalmente, lo que se llama ‘calidad poética’ del lenguaje? Se han desarrollado varias teorías al respecto, partiendo de la concepción del formalista ruso Juri Tinianov acerca de “la orquestación del poema”, su ropaje fonémico. Por su parte, Roman Jakobson, otro destacado teórico de la poesía, señaló que ésta es una recolección de elementos que van del eje paradigmático a la sintagma del texto. En la poesía lo esencial es, por tanto, la elección del paradigma, del depósito de las palabras y su puesta en orden consecutivo. He estudiado la obra de los poetas finlandeses Kari Aronpuro y Eeva-Liisa Manner. En ambos el efecto poético nace del hecho de que los niveles fonéticos y semánticos se entrelazan de una manera sorprendente que quiebra el aspecto automático de la lengua.

Estas teorías, sin embargo, no estaban en mi mente cuando abrí los mencionados poemarios de Carmen. La primera impresión que recibí de ellos fue la de un lenguaje muy particular, de gran concentración, propia de aforismos y epigramas. Todo lo prescindible se había dejado de lado; las palabras, el paradigma minimalizadas al extremo: viento, mar, sol, noche, luna, arena, gaviota, sueño, cuerpo, canción, aceitunas, palomas, primavera, árbol, aire…

Difícilmente se podría encontrar un poema más simple que:

Música de aracantos:
Canción de mar
en el aire.

¡Nada más! El poema tiene tal concentración, que el auditor o lector está obligado a detenerse y reflexionar acerca de lo que pasa, qué hay tras las palabras. Un poco como en las piezas teatrales de Chéjov, en las que lo esencial no es lo que dicen los personajes sino qué es lo que en verdad tienen ellos en mente. Pero eso no se dice en voz alta. El momento poético es exactamente este encuentro entre el mundo invisible y el nivel concreto del lenguaje. En el español de Carmen hay expresiones evidentemente locales que no se encuentran en los diccionarios. Pero eso no tiene mucha importancia: podemos dejarnos llevar por la musicalidad del poema sin entender nada de su semántica. La invocación mágica de las palabras no hace sino fortalecerlas.

Por momentos el poema tiene un sabor de balada iterativa:

Sobre la arena brillante:
una gaviota.

Pasa el viento,

y rueda dunas abajo
su cuerpo de clara luna

la gaviota.

Me parece que Jean Cocteau dijo –acerca de las obras del período neoclásico de Stravinsky–, que había que tener una gran confianza en la genialidad propia para simplificar la expresión de manera consciente.

Justamente esta fuerza hay en la poesía de Carmen Luz Bejarano. En ella encontramos esa metafísica mítica de la naturaleza al igual que en la gran poetisa finlandesa Eeva-Liisa Manner. Pensemos en el siguiente poema:

Estamos recreando el universo. Quizás descubriéndonos.
O solamente aunándonos al ritmo natural
de las especies.

Si la literatura latinoamericana está dominada por aquellos gigantes de la novela como Vargas Llosa, Jorge Amado, Carlos Fuentes, al lado de su arte narrativo frondoso y tropicalmente exuberante hay otro surco, fundado en la concentración de las palabras.

Carmen Luz Bejarano representa esta otra corriente. Mas ¿queda en tal caso algo de lo que podría ser un fenómeno nacional? La producción de Carmen es universal, exactamente esa poesía universal que Friedrich Schlegel proclamara en el romanticismo alemán.

Dé dónde viene la calidad artística, cómo nace, cómo crece en el ser humano, es, en el fondo, un misterio. A sus confines nos llevó la lectura de las obras de Carmen Luz Bejarano.

1 Traducido del finés por los editores.

2 Nota de los editores. Se trata, desde luego, de anticuchos peruanos.

3 Nota de los editores. Se trata de las palabras pronunciadas por Alfonso Padilla en el acto de homenaje realizado en Helsinki el 12 de octubre de 2002 en la Iglesia San Enrique y en la Casa Parroquial de la misma. Publicado en Synteesi 21(2): 117, bajo el título “Carmen Luz Bejarano: Perun suuri runoilija” (“CLB: gran poeta peruana”). Yazgo (Tässä makaan) se publicó en el mismo número, pp. 118–119, con traducción al finés de Matti Rossi.