Cantos y aras en la poesía de carmen Luz:
La ruta del ciprés1
Ana María García
Estar aquí esta noche tiene un sentido de celebración que recupera y extiende cualquier otro sentido. Pasamos, como en una transfiguración del estar aquí ahora, al ser que estando aquí, extiende, no su esencia sino su esencial naturaleza, hasta el límite y el límite es un simple y unísono latido.
El libro La ruta del ciprés es un libro dictado y un libro recogido, como suelen ser los libros bíblicos en los que la palabra asume en cada y más allá de cada letra una consonancia capaz de integrar todas las categorías para exhumar un espíritu único, ungido con lo humano, el sudor, la lágrima, la sangre. Somos todos.
Y dice Carmen Luz, “Si no hubieran existido las noches, quizás yo habría sido un ser feliz...” Y yo le contesto “Querida Carmen Luz, si no hubieran existido las noches tampoco habrías existido tú”. Y el libro todo es un cuento, más que una novela, sus páginas tienen las honduras de la condensación en los acontecimientos elementales, la magia de los ensueños constantes, tentaciones a las que todos solemos acceder en algunos momentos en lo que sí sentimos que vivimos y suelen ser los de nuestra infancia repetida muy pocas veces después. En esta “ruta”, la autora nos ofrece un re-corrido, un volver con el sabor del regreso que supone necesariamente la extensión hacia el suceso pero el suceso revivido. Y ¿qué es sino la vida? Ir, venir, repetir hasta conseguir elevarnos y flotar hasta entender. Y ¿cómo entender sino por sensaciones?
Presenciamos un yo generoso, que no puede ni quiere evitar ser femenino, un yo arduo, oferente que vuelve siempre sin rencor, encantado, que despliega un sabor blanco en todo lo que toca y revuelve, que alcanza con pinzas en cada poro la virtud de la esencia. Un yo universal, hecho mujer, sí, pero no sólo mujer, carne, pero no sólo carne, vida, pero no sólo vida, un yo, ahora alcanzable y tentador que cuelga en cada página como fruto dispuesto.
La palabra es aracanto o tal vez sargazo, pero aracanto es ara y es canto, con ella me quedo en tanto convoca a un altar y unifica un canto, grita un canto integrador. “Yo si existo” nos dice Carmen Luz. “Sólo yo puedo exorcizar mis propios fantasmas” (p. 27). Y eso es vivir y eso la literatura: el juego del exorcismo. Esos fantasmas que nos habitan, fantasmas creados y alimentados para vivir el miedo, la oscuridad, la rabia, los sueños, las euforias, la disonancia y por fin recurrir a la armonía. Siempre indomables, eso sí. Siempre guerreando con “La Dama del Sosiego”, siempre instando a quedarnos, siempre a irnos. La ventaja es que podemos hacerlo. "me divierte pensar que tal vez un día los aracantos y la loza de la habitación tengan la misma tersura y sean objetos integrados” (p. 28). Porque “nada hay casual en mi vida y quizá en la de ningún mortal. Más bien, tengo la impresión que todo se dio en ella como un acto inteligente y, a veces, de una precisión abominable” (p. 37).
En esta “ruta del ciprés” vamos todos. Y vamos con Carmen Luz. A través de ese tú que ella escribe “usted”, quizá con la intención de universalizarlo, nos ha tomado y nos ha reunido con todo nuestro tiempo y el tiempo de lo otro, para hacernos vibrar, para reconocer la vida en sus dos acepciones: la ida y la vuelta. Cuál es cuál no es asunto de las letras, ni de la poesía.
Menciono la poesía porque Carmen Luz ha hecho de esta novela un cuento, un cuento lleno de colores, de recuerdos, de imágenes, de sueños y de nieblas. Todo poesía. Y ahora descubrimos el porqué. Su vida es un largo poema, un poema que ahora viene a nosotros de otra forma.
Y este es el segundo milagro. Aquí en lo de la forma quiero hablar del otro motivo de celebración. Un libro como éste, nacido en este momento, vivido siempre, sólo podía alcanzar la categoría de sacramento en la medida en que fuera recibido por Carpe Diem, por Marita Troiano2. Sólo ella, con su efervescencia, con su compromiso, con su persistencia, con su fuerza podía ser la celebrante, la sacerdote de este rito de amor, de este testimonio de fe, de entrega, que es la consumación de la belleza en un acto que tiene de creador la medida de su ofrenda.
Gracias Marita, gracias Carmen Luz por esta obra.
1 Texto leído en la presentación de La Ruta del Ciprés, el 19 de junio de 2001, en el Centro Cultural de la Universidad Católica, Lima.
2 Nota de los editores. Escritora y editora, dirige la editorial Carpe Diem.
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