Aproximación a la muerte en la poesía de Carmen Luz Bejarano
Carlos Garayar
Siempre oí decir que la muerte y el amor son la culminación de la belleza. La muerte, fundamen-talmente, transforma los cuerpos en la mejor imagen de sí mismos.
–La Ruta del Ciprés–
El primer poemario de Carmen Luz Bejarano es Abril y lejanía, aparecido en 1961 de ese mismo año es Giramor. Aracanto vio la luz en 1966; Triunfo de Ícaro, en 1967; Juan Angurria, en 1972. Furia de la arcilla se publica en 1977; Del amor y otros asuntos, en 1984; Pentagramas ebrios, en 1986, y Canciones, en 1988, el mismo año de Tambor de luna. La dama del sosiego aparece en 1991, cuando también se publica El espejo invertido. Los dos últimos poemarios incluidos en Existencia en poesía son Un gañido en el espacio y Juegos de Casandra, fechados, respectivamente, en 1994 y 1999.
Como se puede apreciar, se trata de una producción constante, pero que no fue percibida en su momento como tal debido a que, infortunadamente, algunos de sus textos fueron editados como plaquettes o en publicaciones periódicas, lo que contribuyó a su dispersión y consiguiente menor difusión. Reunida ahora en un solo volumen, la poesía de Carmen Luz Bejarano proyecta una imagen distinta y nos revela, a la par que una calidad verdaderamente notable, la variedad de registros y formas que fue adoptando un proyecto artístico que tuvo como factor de unidad la firme creencia en el poder de la palabra.
De las muchas líneas que podrían escogerse para trazar la evolución de esta poesía, hemos tomado una que, por su significación en sí y porque culmina en un libro que la condensa, resulta especialmente importante. Nos referimos al tema de la muerte, presencia constante en la obra de Carmen Luz Bejarano y que se acrecienta con el paso de los años.
Una primera etapa de la poesía de Carmen Luz está constituida por los poemarios Abril y lejanía, Giramor y Aracanto. Se caracteriza por un intenso lirismo expresado a través de versos cortos y poemas también que pueden estar constituidos por una sola imagen convertida en símbolo:
Perenniza
la tarde
una sandalia
huérfana
bogando
sobre el mar.
Se advierte en esta etapa la impronta, bien que creativamente asimilada, de la poesía española del 27, sobre todo en esa capacidad de generar, a partir del paisaje, imágenes sencillas e intensamente líricas:
Música de aracantos:
Canción de mar
en el aire.
Ésta es una característica que la distingue de otros poetas de su generación y la emparenta, más bien, con la poesía del Wáshington Delgado de Parque, aunque con rasgos muy personales. La escasez de referencias parece ser aquí la condición para construir la profundidad poética. En efecto, ésta es una poesía decantada, destilada, en la que cantidad estorbaría porque no permitiría percibir el corazón sencillo de las cosas, sentir su resonancia afectiva y aprehender su esencia simbólica. Con gaviotas, aracantos, algas, tardes, el mar, la arena, el cielo, el viento, elementos primordiales que se exponen en su prístina desnudez, Carmen Luz es capaz de crear un mundo intenso, pero sutil:
El mar resplandecía
de gaviotas
Estos sencillos elementos provienen, lo sabemos, del mundo de su infancia, el de los panoramas amplios de la costa en la que nació y a la que volvía, física y espiritualmente, con harta frecuencia. Anclada esta poesía en ese territorio de la memoria, no extraña que la presida un tono de nostalgia y hasta de tristeza. Este sentimiento, sin embargo, no le resta su luminosidad. Los símbolos de la nostalgia provienen de la misma naturaleza. En “Tanaka”, texto que poetiza el balneario del mismo nombre, el ocaso, representación de la tristeza, es revertido por la presencia de las gaviotas, fuente de alegría:
Plenitud de gaviotas
Encienden el ocaso
Reverbera tu luz
en mi pupila,
tu huella marina
en mi tristeza.
Poesía de la claridad y del vuelo, resulta difícil imaginar el tema fúnebre en estos libros. Sin embargo, la muerte está ya presente. En Abril y lejanía, trastocando curiosamente la representación tradicional de la muerte como el ocaso de la vida, ella es concebida como el alba. Uno de los más hermosos poemas de este libro empieza con
La alegría de vivir
no es alegría.
Como una herida leve
que rezuma, la vida
es apenas tristeza
dulzura de morir
y finaliza con
y ya no es sino el trino;
casi sólo el recuerdo
de haber vivido nada,
y de quebrar el signo
cuando se viene el alba
Asimilada a la vida, teñida con la esperanza del alba, es natural que la muerte pierda su carácter grave e intimidante. Más bien, ella resulta tan leve como “el vuelo / de una gaviota ausente”. En otro poema, fusionándolo con el paisaje, integrándolo a los elementos del entorno íntimo, el acto de morir es presentado como no contradictorio con la vida:
Morir es dulce.
Como el viento
cruzaré las manos: alas dormidas
en la agonía
de la tarde.
En Aracanto, la muerte, siempre figurada como elementos naturales, se hace incluso dulce porque éstos contienen la vida de los seres queridos que se han integrado a ella:
Clelia, hermana mía,
amo al gusano y la hierba
porque han bebido en tus manos
y en tu cuerpo adormecido
bajo la luna de abril
En estos primeros libros la muerte es una presencia inocua, al punto que es calificada de alegre (“sólo la muerte alegre / danza bajo la luna”). Sin embargo, hacia el final de Aracanto, la muerte se siente más cercana. Siguiendo, ahora sí, la figuración tradicional, la muerte es equiparada al sueño o, más bien, al revés, el sueño a la muerte, pero ya como algo que está muy cerca:
carmen luz
hoja en el paisaje agreste
despertarás
para morir de nuevo
Presencia próxima, personalizada, que quedará subrayada en el penúltimo verso del poemario: “Muerte mía, mis ojos taponarán tus cuencas”.
Triunfo de Ícaro marca el comienzo de una segunda etapa de la producción de Carmen Luz. Si antes su poesía podía calificarse genéricamente de impresionista por su actitud receptiva, ahora, por el contrario, su actitud es expresionista. El poema es una metáfora del ideal que triunfa a pesar de su caída. Contrastando con la austeridad de la etapa anterior, en ésta, en congruencia con el tono expresionista, el poema se puebla de menciones chocantes: miasmas, vientres gólgotas, vísceras, sexo, cuerpo crapuloso, aullido, cráneo trizado. La muerte tiene muchas figuraciones, pero su condición llamativa, dramática, está, en cierto modo, compensada por la apoteosis del héroe.
Dentro de esta etapa “expresionista” podemos situar a Juan Angurria, libro que aproxima la poesía de Carmen Luz a “lo social”. La muerte, que antes era, por decirlo de algún modo, esencial, adquiere aquí determinaciones de clase: hambre, enfermedad, sufrimiento, angustia por los hijos. La muerte resulta inevitable y no tiene nada de hermosa:
ensartado a golpes de pulmón de tisis
de angurria
juanarcoíris se escurre
flota
se deshace
La furia de la arcilla representa, formalmente, una vuelta a los presupuestos anteriores al período expresionista, pero conceptualmente hay un enriquecimiento notable y ello se refleja en el tratamiento de la muerte. Un buen ejemplo de esto es la elegía “A José Alejandro (Jano) Cárcamo”. La muerte es ahora concreta, ejerce su poder sobre un individuo. Con bellísimas imágenes que tan bien había trabajado en sus primeros poemarios, Carmen Luz describe al ser muerto:
Un gusano se ríe en las esquinas
un buitre cuelga en tus espejos
acertijos de niebla
amuletos
uñas
anillos
cascabeles
en el ancho bolsillo de la infancia
La muerte se asocia al agua, receptora mítica del agua; es un naufragio y el difunto va por esa sustancia final (“Yo aguardo tu paso en las montañas / en el río / en el mar”) y termina en ella:
ya no eres
sino un día
en el zumbar del trompo
en la trenza
en la cinta
en los guijarros
donde el agua trasnochaba su canto
Aquí la muerte ya no es alegre, pero tampoco tremebunda y se resuelve en una sencilla constatación:
certeza horizontal la de tu cuerpo
submarino recodo de ternura
Esta presencia creciente y cada vez más próxima casi podría hacernos decir que hay figurada en la poesía de Carmen Luz una suerte de preparación para la muerte. La concreción de la muerte queda expresada en imágenes como “la guadaña incuba / telarañas y huesos” o en esta otra, en la que se perfila el miedo, sentimiento que la posibilidad del fin antes no provocaba:
la carne tiembla agazapada
el viento polen de la muerte
sacude las ventanas
En Del amor y otros asuntos, se acentúa la materialidad y el temor (“Qué hacer a la hora de la hora”, “Con sus potros la muerte se encabrita”, “estamos creciendo a golpe / de muerte y más muerte”), aunque también la confianza en la trascendencia a través de los otros: “Día habrá en que seas la huella que / no alcanzo o el sueño que no sueño”, le dice a su nieta. La presencia cercana le lleva en este libro a escribir el poeta “Testamento”, que acaba con una profesión de fe en la existencia: “Defiéndele la vida”.
Pentagramas ebrios , Canciones y Tambor de luna constituyen una especie de paréntesis que desarrolla una de las vertientes más entrañables de la labor de Carmen Luz: la poesía para niños. Después de él, sin embargo, viene el libro que, como dijimos, resume y eleva a otra dimensión el tema de la muerte.
La Dama del Sosiego es un poemario especial. Formalmente, acude a recursos de la poesía tradicional, como la puntuación, que la poesía de Carmen Luz sólo esporádica y parcialmente había empleado, o al verso medido, pues, aunque no se combinen siguiendo módulos tradicionales, la mayoría de versos son endecasílabos. Conceptualmente, el tono es sentencioso y apela a una sintaxis con cierto sabor antiguo (“a eterno reposo precipitas”, “Que a no amarte dirijo mis empeños”), que resulta reforzado por un léxico (“exaudible”, “troncharán”, “pánica”) que, sin ser arcaico, recuerda modos pasado. Es de notar, también, el brusco cambio del tipo de referencias: mientras en los otros poemarios abundan las menciones concretas (animales, plantas, situaciones), en este libro, otra vez como en la poesía medieval, son las abstracciones las que se imponen.
Resulta inevitable, al hablar de reflexión poética sobre la muerte, referirse al mayor poema castellano sobre el tema, las Coplas, de Jorge Manrique, pero en este caso sólo para indicar que lo único que comparten estas dos obras es el tono sentencioso, pues mientras las Coplas son una elegía, es decir, el planto (con todas las partes y tópicos que un poema de este tipo debía contener) por la muerte de una persona, La Dama del Sosiego es, más bien, un conjunto de consideraciones sobre la muerte, que van desde la constatación escueta (“Quien nos signa de cenizas el vivir / dulce fruto en apariencia nos ofrece”) hasta el desafío (“Propongo / a un cambio de manos la guadaña”). Con todo, es visible la intención de establecer una relación entre los dos libros, lo que se logra, además de por las características ya mencionadas, por los grabados medievales que acompañan el texto de Carmen Luz.
La Dama del Sosiego es un libro estremecedor. En la mayoría de los poemas, al modo medieval, la voz poética se dirige directamente a la muerte, pero el alcance es universal, por los que muchos versos toman la forma de sentencias (“Desfloras los cuerpos a tu paso / ajena al improperio y al dolor”). No caben, por eso, los gritos o la exacerbación de los sentimientos individuales. Aun el reproche es contenido:
Que a cambiar obligas mis anhelos
por apretada tierra mis aireados espacios
La perspectiva desde la que se formulan estos versos es la de la serenidad y la sabiduría. Están escritos al final de una trayectoria, cuando el individuo se reconcilia con el mundo y, como en el poema de Manrique, finalmente consiente “en su morir”:
Qué perderé mañana. Quizás sólo el horror
que tu huesa me inspira. Y en exaudible gozo
abrasada en tu cuerpo poro a poro descubra
que no éramos sino la perfecta unidad.
Por eso se insiste en la inexorabilidad de la muerte, lo que no excluye que, en un vaivén que le confiere dramatismo y complejidad al libro y que, naturalmente, corresponde al sentimiento contradictorio que nos provoca la muerte, se increpe y rete a esa terrible dama:
No me hallarás sumisa en la sorpresa.
Que aun si mi cuerpo a tu placer subyugas
en acto igual te burlaré intenciones.
O se le pide que se limite al acabamiento corporal:
Me segarás los ojos. Desojarás mi cara
a voluntad me harás corroída materia.
Pero no me des para morir
enemiga tenaz más de una muerte.
El poemario se cierra con una profesión de triunfo:
En el último envite jugarás a perder
yo ganando a mi modo cerraré la partida.
La Dama del Sosiego es un título que encierra más de una significación. La más evidente es la que hace referencia a la muerte, considerada como el reposo final. La más pertinente, sin embargo, podría ser la que tome en cuenta la actitud de la voz poética frente a asunto tan grave: la dama sería la autora que en perfecto sosiego afronta la muerte.
No hay en la poesía peruana un libro que haya tratado con tanta serenidad y calidad poética la muerte. Quizás sólo El río, de Heraud, pero con otros alcances. La Dama del osiego, como dijimos, es la culminación del tema, aun cuando éste continúa siendo tratado, pues se asocia a la poesía reflexiva que La dama inicia y que prosigue en El espejo invertido y en Juegos de Casandra.
Para los que conocimos a Carmen Luz, La Dama del Sosiego tiene también otro valor. Si la finalidad de las elegías y las reflexiones sobre la muerte es obtener el “harto consuelo” que señalan las Coplas, este libro nos lo brinda, pues nos da la certeza de que Carmen Luz estaba perfectamente preparada –con la sonrisa que le recordamos– para afrontar el último instante de su luminoso tránsito por esta vida.
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