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Carmen Luz Bejarano

Un último acto de amor: El Grito y Yazgo, de Carmen Luz Bejarano

Alicia Calderón

El Grito (2002), penúltimo poemario de la escritora peruana Carmen Luz Bejarano, consta de veintidós poemas que fluctúan entre los dos y los once versos.

El tema principal del libro es la conciencia de la proximidad de la muerte: “Se me desgaja la vida / en crudo”. La poeta sabe que bordea la hora final, que pronto morirá, y trata de prepararse para esa partida, aunque le cueste mucho aceptarla, –un espíritu y cuerpo tercos, que no se deciden a darse por vencidos.

Aparecen algunos temas secundarios como la decadencia del cuerpo. Advertimos cómo la poeta va perdiendo la fortaleza y el ánimo de siempre y se va tornando frágil y cansada. Se le escapan las ganas de vivir. Pero además, la poeta cuestiona esa decadencia, se plantea la eterna pregunta, no de por qué morir sino de por qué morir con el cuerpo debilitado, inútil y en constante dolor. Se percibe la nostalgia por todo lo que ha vivido y está dejando atrás lugares, personas, objetos, vivencias, por sus recuerdos que se hacen más presentes a medida que la hora se acerca.

Yo barría los luceros
a la hora del aroma
debajo del laurel
para que nadie me robara
su fulgor.
Ahora extiendo
mis retazos
mi feria
de avaro mercachifle
en el espacio más pequeño
de la tierra.

 A pesar de la tristeza y lo difícil que se le hace la idea de desprenderse de su vida, de todo lo que conoce y ama, los poemas no transmiten temor a la muerte o a lo desconocido o misterioso de ella. Tal vez sólo una simple y natural curiosidad y expectativa. Tampoco está presente la idea de que la muerte es el fin de todo y de que no hay nada más allá. En cambio, sí la idea de descanso y, quizás, de un reencuentro con su amor perdido. Los poemas son como un acta de resignación pacífica y algo triste, un acta de despedida a todo lo que siempre la ha rodeado y que ha de abandonar.

El poemario presenta un marcado tono elegíaco, tanático y melancólico, con una visión de nostalgia y añoranza continua por todos los elementos que fueron parte de su vida. Podemos notar un profundo amor por el mundo y por la naturaleza —fuente de la mayor cantidad de imágenes que utiliza en los poemas, componente fundamental dentro de su vida y de su quehacer poético–, y sobre todo, un inmenso e indescriptible amor por el mar, que ha sido su eterna musa, fuente de inspiración, hogar y más sublime pasión. Todos sus libros, tanto de poesía como de prosa y drama, han contado siempre con la presencia de su eterno y fiel compañero, el mar, y de elementos e imágenes marinas como son los aracantos, los sargazos, la arena, la espuma, las olas, el viento, las gaviotas, las caracolas. Imágenes que hizo suyas desde sus años de infancia en la playa de Tanaka, pueblo situado junto al mar, como a diez kilómetros de Yauca, el pueblo al que la familia de Carmen Luz se trasladó cuando ella era una niña. En ese sentido, El Grito no es la excepción, ya que utiliza erizos, cangrejos y anémonas como imágenes y metáforas, y habla del mar como su escenario perpetuo, un lugar de calma y paz que es parte de ella.

Este jugar continuo
que alumbra
mi desvelo
va mermando la gana
de vivir.
El mar es la tramoya titiritera yo
o
marioneta deslucida..

[…]

¿El mar?
desencantada siempre retorno
a tus orillas
para lamer tu frente
y yacer en tu costado.
Me gusta
ese mecerse suave
y el feroz arrebato que destruye
peñascos.

Algunos de los poemas presentan un yo poético neutro, otros están dirigidos a alguien en particular. Es decir, suponen un interlocutor, que es el objeto amatorio, al que Carmen Luz dedica sus últimas palabras, al que añora y al que vuelve por consuelo. Es posible que este objeto amatorio sea su esposo Carlos —el amado ya muerto— ya que sabiendo que su muerte es próxima, tiene la esperanza de reencontrarse con él.

No estás aquí y el tiempo
me envuelve en desvarío.
Soy la carnada expuesta al día
que se inicia.
La caricia sin rumbo.
El ayer repitiendo la misma
escena inútil
y un cielo desteñido.

 Todos los poemas están escritos en primera persona, expresando así algo de soledad. Son como el anuncio del camino que tiene que recorrer sola. Las figuras literarias predominantes son las imágenes y metáforas —las cuales son interesantes y auténticas, y conmueven o sorprenden al lector— y también las comparaciones, antítesis, preguntas retóricas, adjetivaciones, sinestesias y personificaciones.

Hay un buen trabajo del ritmo, el cual es suave y cadencioso, y propone una lectura pausada y precisa de cada palabra, añadiéndole ternura y dulzura a los poemas, que de por sí ya tienen una carga sentimental muy fuerte. Tienen también musicalidad y sonoridad logradas, y un lenguaje sincero y sencillo, con toques de elegancia. El estilo es claro y limpio, fuertemente melancólico, rozando lo desgarrador.

Pusiste un caleidoscopio
a la altura de mis ojos
como quien pone límite
al vuelo del ave más huraña
y ella cree
que se abrieron las grutas
y los mares
y echa a volar sus sueños.
Y el trino se le vuelve un nudo
en la garganta.

El Grito es un poemario cargado de expresiva añoranza, situado en un espacio marino, desde el cual la autora se va despidiendo de nosotros –sus lectores, los amantes de la palabra escrita— de la poesía, de la literatura, del amor y de la vida.

Y no sólo me enamoré del poemario porque considero que Carmen Luz Bejarano es una de las voces poéticas peruanas más importantes, por ser ella una verdadera maestra de las letras, una estupenda escritora con un estilo único y maravilloso, sino porque me transmite una cantidad de sensaciones, evocaciones, imágenes, olores y sentimientos increíbles. Puedo llegar a sentir, a través de sus poemas, la impotencia de Carmen Luz ante su muerte inminente y la ruta que está recorriendo, preparándose para abandonar el mundo. Es un libro que ha tocado fibras muy íntimas y sensaciones personales, que me ha hablado al oído y al corazón y que se ha quedado grabado en un rinconcito de mi ser.

Finalmente, como último regalo, tenemos Yazgo, breve poemario publicado en Lima, por Magdala Editora, a comienzos de octubre del 2002, compuesto por siete poemas, uno de quince versos, uno de nueve, dos de ocho, dos de seis y uno de cinco.

Yazgo es el documento final de la poetisa, recoge sus últimas palabras. Después de esta despedida de la vida y de la poesía —las cuales para Carmen Luz, fueron una— ya puede dejarse ir.

Yazgo es el fin del proceso, que comenzó con El Grito. Proceso que deja constancia de su dolor y su agonía próximos a la muerte. Así, se cierra el círculo de su obra creadora, que sólo termina porque es su vida la que se apaga. Aquí vemos nuevamente la inquebrantable relación entre vida y poesía.

Yazgo en la congoja
lagarto lacerado por la espera
el llanto ajeno
la lágrima quemante en mi pupila.

[...]

Convierten en polvo lo vivido se derrumban los
iconos
sencillamente yazgo.

Otros componentes temáticos de este poemario son la espera del momento que sabe ya inminente, el sufrimiento de los que la rodean, familiares y seres queridos, que alimenta su propio sufrimiento, la incertidumbre de lo que vendrá. ¿Qué hay después de la muerte?, ¿el olvido y la completa desaparición? Yazgo también nos descubre el estado indefenso e impotente en el que se encuentra la poeta, quien se debate entre el deseo de vivir y la aceptación del ciclo natural de la vida, que ahora se torna muerte. Y, nuevamente, los temas recurrentes de soledad, oscuridad y cansancio: “se resiste / a caer en la fronda del gusano / aunque el abismo lo seduce.”

El dolor y la tristeza aumentan a medida que el tiempo se acaba. Para una persona como ella, que amó tanto y tan intensamente la vida, es terrible la aceptación de la propia muerte. Por eso Carmen Luz recurre a la poesía, una vez más, para que la ayude a atravesar ese último trance, siendo ésta la única que puede estar a su lado, y gracias a la cual, puede asumir su partida.

Lo tanático se muestra mucho más profundo y cercano (casi podemos sentir el vaho frío de la muerte sobre el hombro), pero aquí casi no hay añoranza, por lo menos no de manera tan tangible como en el poemario anterior. La poeta ya se despidió de todo lo que amó en su largo pasado; ahora todas son referencias a su presente y a la conciencia de que no hay más futuro que el absoluto misterio de la muerte.

Yazgo es un libro con una carga emocional alta en densidad y fuerza, tiene un peso especial, lacerante y desgarrador para cualquiera que haya tenido un mínimo contacto con una pérdida o un verdadero adiós; vibrante por su intimidad y sinceridad; y triste, más allá de para los que la conocimos, para cualquiera que se considere sensible.

Yo que aprendí a leer
en los signos equívocos
del alba
en un hartazgo de soledad
quizás me precipite
y en arenas movedizas
expire.

Debido a que son una especie de confesión pre morten, los poemas están escritos en primera persona y con un yo poético neutro. Las figuras resaltantes, por su atmósfera que fluctúa entre lo terreno y lo etéreo, son las imágenes, metáforas y adjetivaciones. Las preguntas retóricas nos introducen en su incertidumbre con relación a qué pasará después. No es miedo, pero sí una clara sensación de no saber qué vendrá, y si lo que viene concuerda con las expectativas que ella tiene.

El ritmo va en un cierto decrescendo y nos va descubriendo sentimientos cada vez más profundos y personales de la poeta. Los poemas son melancólicos y conmovedores y, más que dulzura, nos transmiten una pasiva tristeza, una apacible determinación de ser auténtica hasta el final, alcanzada después de un largo recorrido. Nos trasmiten casi serenidad ante lo inevitable.

Si fuera posible darles una tonalidad, para mí serían como el negro azulado del mar en una noche sin estrellas, con los escasos reflejos blancuzcos de una luna media, o tal vez llena.

Si fueran un animal, serían miles de palomas, o a lo mejor, petirrojos, el pájaro mágico que nos concede un deseo si logramos verlo en quietud, volando hacia lo más alto que nuestros ojos puedan divisar en el cielo, hacia la libertad.

De la estirpe del pétalo fugaz
los otoños hicieron
raídas formas
y la brecha reclama en punto
su porción de luna.

Yazgo es un poemario muy breve, que uno lee deseando que no termine nunca porque sabe lo que significa llegar a la última página. Es una suerte de epílogo de la amplia y variada obra literaria de Carmen Luz, el adiós definitivo de una poetisa en agonía que no quiere irse, pero que está fatigada y entiende que su cuerpo ya no resiste y que el brillo de su faz, —que antaño se desbordaba en cualquiera que tuviera la gracia y buena fortuna de estar a su lado— aunque no se ha desvanecido por completo, ha declinado. El momento está a puertas y no hay nada que pueda retrasarlo. Ella lo sabe, y está en paz con éste.

Pero además, el poemario responde a la imperiosa necesidad de Carmen Luz de escribir, de escribir sobre ella misma y sus sentimientos y necesidades, más aún en situaciones límites como ésta. Si la hora no hubiera llegado todavía, tal vez Yazgo no sería lo último que tendríamos de ella, tal vez habría un libro más, un paso más en esa despedida que sólo se concretaría cuando realmente ya no estuviera con nosotros.

Literalmente Carmen Luz sólo dejó de escribir cuando ya no tuvo vida en las manos para levantar el lápiz, y aún ahora, cuando nosotros escribimos sobre ella y sus queridas obras, siento que es ella la que verdaderamente escribe, ella sigue aquí.

En una cama de hospital, rodeada de flores, que eran para ella “la llegada de la primavera a su habitación”, Carmen Luz se nos va; se comenzó a ir desde hacía un tiempo, por eso nos regaló El Grito y Yazgo en un último esfuerzo. Un último acto de amor por trascender a la página escrita, y tocar el corazón y mundo interior de todos nosotros.

Es ahí donde la más dulce de las diosas de la palabra nos mira y nos habla desde el susurro de las olas, en su castillo al pie del mar, donde vivirá... para siempre.